sabato 17 dicembre 2011

SALVADOR MONTÓ: Salvador Monto en TIEMPO

Salvador Monto en TIEMPO


En el número de la revista TIEMPO , del 16 de diciembre de 2011, en la sección de Cultura, se reseña la exposición de Salvador Montó en  Galería Puchol, como la "exposición de la semana" a nivel nacional.





salvadormonto.blogspot.com
Volver a la Gran Manzana


“Delirious New York” fue el texto con el que el arquitecto Rem Koolhaas se rendía a la experiencia extrema del urbanismo neoyorquino  ofrecía su personal homenaje a la que, ya en su año de aparición (1978) hacía tiempo era la capital del mundo. Poco después, Paul Auster iniciaba su trilogía y Woody Allen rodaba sus desencuentros cotidianos en Central Park. Des este modo tan apasionante se gestaba la imagen del N.Y. posmoderno y el orbe entero sucumbía ante su deslumbrante “Skyline”. La ciudad se convertía en el plató de cine más grande de la historia pues, de hecho, era el lugar donde ocurrían todas las historias. Y esto pasaba desde hacía mucho tiempo.
Nada de eso era extraño a la cultura española cuya relación con la Gran Manzana no ha sido escasa. Desde los primeros, Juan Ramón Jiménez y Lorca, cuyo espíritu vanguardista los arrastraba al epicentro de la modernidad; hasta los contemporáneos, Hierro, Loriga y ahora Muñoz Molina, son muchos los escritores hispanos que se acercaron a una ciudad a la que tampoco han ignorado otras disciplinas. Pues Colomo se fue al Soho a rodar su pequeño homenaje fílmico, En la linea del cielo, y el pintor Eduardo Arroyo se había hecho eco, sobre el lienzo, de aquella leyenda en la que se narraba como la bailaora Carmen Amaya, invitada a la ciudad para participar en el Show de Ed Sullivan, había asado sardinas en su habitación del Waldorf Astoria, usando los somieres como parrilla.
Nueva York es, por tanto, un punto y aparte en la historia de la cultura contemporánea, es un lugar cuyo magnetismo no ha decaído en casi un siglo, por más que los más inimaginables avatares hayan conmovido sus cimientos. El último de ellos el 11-S, ese mal sueño del que la ciudad apenas se despereza. Con él llegó el vacío, y la zona cero se amplió hasta la frontera imaginaria del aeropuerto Kennedy. Pero nada es para siempre pues parece que la capital del mundo vuelve a ser un destino aun inspirador y comienza a ejercer de nuevo su magnetismo.
A este atractivo o es inmune tampoco la obra del artista Salvador Montó. La ciudad de los rascacielos está muy presente en una pintura que transita con solvencia por los vericuetos de la práctica figurativa, pero su aparición en estos trabajos poco tiene que ver con una reproducción fidedigna de la escena urbana neoyorkina. Esto es, frenesí, velocidad, mestizaje y caos viario. Como tampoco se deja embaucar por la iconografía autóctona, explorada por realismos más anglófilos como el de Richard Estes : cabinas, cabs (taxis), paredes de cristal y avenidas infinitas.
Su apuesta, y sin duda su mayor esfuerzo, parece consistir precisamente en no dejar pasar tanto; en filtrar a través de la mirada y de una aproximación pausada, aquello que de folklore cosmopolita puede impregnar la ciudad en el visitante. Extrañamente, sus avenidas apenas están pobladas, los vehículos parecen ralentizados y el tiempo, en suspenso, transmite una impresión diferida de la ciudad. Y todo ello obedece a una idea recurrente, prácticamente estructural en su trabajo, que consiste en la búsqueda -asumida como infructuosa ya de partida- de lo permanente y lo duradero.
No desvelarse por lo último que pasa, por esa enloquecedora búsqueda de la experiencia estética en tiempo real; aquel slogan de “está ocurriendo, lo está viendo”. Sino, muy al contrario, resistir a lo que los alemanes llamaban “zeitgeits” (el espíritu de los tiempos). Dado que sólo a través de esta mirada ausente, detrás de la que se esconde una herencia pictórica española muy inclinada hacia la observación de lo inerte, de la naturaleza muerta, se logra evitar el efecto fotográfico de lo inmediato con el que muchos se conforman.
La propuesta de Montó alude, más que a la gestalt deslumbrante de una ciudad-letrero, a las normas y formas permanentes en la urbe. Como Harvey Keitel en el film Smoke, el pintor se interesa por las esquinas añejas de Brooklyn o por el Empire State Building. Los espacios en los que más allá del espectáculo turístico de última moda, acontece la verdadera experiencia cotidiana de sus habitantes. Así pues, el logro de Montó es, mirar la ciudad como un neoyorkino y deshacerse de la máscara turística. Esa era, finalmente, la ambición radical del personaje de Smoke, fotografiar el mismo lugar todos los días a la misma hora para trascenderlo como geografía o como postal y resignificarlo como espacio de memoria, de acontecimientos y afectos.
Esta misma idea es la que persiguen sus impresiones paisajísticas, que aparecen como una forma rotunda, sólida; valores de los que participa toda su obra. De hecho, podríamos extrapolar de Montó ciertas referencias dispersas que, pese a reunirse en torno a ámbitos visuales tan contemporáneos como la ciudad de Nueva York, nos lo presentan como un buscador incansable del rigor clásico de la forma, de la formulación de un paradigma escrito de representación en el que la disciplina de la composición y la sutileza del trazo constituyen los rasgos aún preponderantes.


Oscar Fernández. Cuadernos del sur. Marzo 2004.


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